"RELATIVISMO Y ADOCTRINAMIENTO"
RELATIVISMO Y ADOCTRINAMIENTO
No hay función sin tarasca, ni día sin explicaciones sobre laicismo y su importancia en la “vida sana de los ciudadanos”. Incluso se llega a informar: “que la lucha a favor del laicismo tiende a concentrarse en el terreno de la escuela, porque se piensa que esa institución es el lugar en el que deben “prevalecer los valores universales sobre los particulares”; “que el laicismo no está para nada asociado con el materialismo”, y “que el laicismo no es una concepción relativista”, y además se añade, “ muchos partidarios del laicismo somos materialistas, en el sentido de que no creemos que este mundo haya sido creado por algún ser sobrenatural, que haya vida después de la muerte y cosas por el estilo”. Bien. O sea, como manifestaba Jean-Pierre Chevénement, no basta con cambiar las cabezas, hay que cambiar también lo que hay dentro de las cabezas.
El desarrollo alarmante del laicismo en nuestra sociedad no se trata del reconocimiento de la justa autonomía del orden temporal en sus instituciones y procesos, algo que es compatible con la fe cristiana y asta directamente favorecido y exigido por ella, sino más bien se trata, de la voluntad de prescindir de Dios en la visión y la valoración del mundo, en la imagen que el hombre tiene de sí mismo, del origen y término de su existencia, de las normas y los objetivos de sus actividades personales y sociales. Vivimos en un mundo en donde se va implantando la comprensión atea de la propia existencia: “si Dios existe, no soy libre; si yo soy libre no puedo reconocer la existencia de Dios”. O sea, deseo ilusorio y blasfemo de ser dueños absolutos de todo, de dirigir nuestra vida y la vida de la sociedad a nuestro gusto, sin contar con Dios, como si fuéramos verdaderos creadores del mundo y de nosotros mismos. De ahí, la exaltación de la propia libertad como norma suprema del bien y del mal y el olvido de Dios, con el consiguiente menosprecio de la religión y la consideración idolátrica de los bienes del mundo y de la vida terrena como si fueran el bien supremo. Aquí de lo que se trata, y lo dice un liberal de pensamiento, es hacer de la libertad individual un valor absoluto, al que los demás tendrían que someterse.
El laicismo está poniendo en peligro el derecho a la libertad religiosa; el laicismo ya no es aquel elemento de neutralidad que abre espacios de libertad a todos, comienza a transformarse en una ideología que se impone a través de la política y no concede espacio público a la visión católica y cristiana, que corre el riesgo de convertirse en algo puramente privado y, en el fondo, mutilado. La laicidad justa es la libertad de religión, como señala Benedicto XVI; el estado no impone una religión, sino que deja espacio libre a las religiones con una responsabilidad hacia la sociedad civil, y por tanto, permite a estas religiones que sean factores en la construcción de la vida social.
Laicidad del estado y de las instituciones políticas significa neutralidad ante las diferentes preferencias religiosas de los ciudadanos. Pero no hay tal neutralidad, como indica Pablo Cabellos en un artículo de Las Provincias, quizá porque los extremos se tocan y, en el fondo, somos un país clerical, un país que va siempre detrás de los curas. Como un cirio o con un palo. Y ni uno ni lo otro responden a una laicidad sana, esa que determina la legítima autonomía de las realidades temporales, la verdadera libertad religiosa y el respeto a la Iglesia católica, a otro tipo de creencias, y a las personas. Pero la impresión en nuestro país es que la laicidad es más bien la del palo detrás del católico; por tanto, se cae en un laicismo que es la perversión agresiva de la laicidad. La obsesión del laicismo por extremar drásticamente la separación entre el Estado y lo religioso sería una idea cristiana que se ha vuelto loca. El laicismo es una actitud por la que el Estado no reconoce la vida religiosa de los ciudadanos como un bien positivo que forma parte del bien común de los ciudadanos, que debe ser protegido por los poderes públicos, sino que la considera más bien como una actividad peligrosa para la convivencia, que debe por tanto ser ignorada, marginada y más aún políticamente reprimida. Si los dos conceptos laicidad y laicismo, se aclarasen podríamos estar de acuerdo en que la laicidad, rectamente entendida y ejercida, es garantía de libertad, igualdad y convivencia.
Los peligros derivados de la confusión entre el ámbito religioso y el ámbito político, porque son particularmente delicadas las situaciones en las que una norma específicamente religiosa se convierte o tiende a convertirse en ley del estado, sin que tenga en debida cuenta la distinción entre las competencias de la religión y las de la sociedad política. Identificar la ley religiosa con la civil puede sofocar la libertad religiosa e incluso limitar o negar otros derechos humanos inalienables. El Estado no puede suplantar a la sociedad como educador de la conciencia moral. En el caso de la EpC como dice el profesor Otaduy es una hermosa criatura, pero, en España, ha venido al mundo con pecado original. La actual educación no puede ocultar que es hija de un poder adornado con ribetes de laicismo, que tiende a una interpretación exclusivista y autoritaria del “mínimo común ético constitucionalmente consagrado”, en lugar de reconocer los derechos de libertad religiosa de las personas y favorecer su libre ejercicio”.
Agustín Villanueva
Prof. Honorífico de Economía Aplicada de la UMH
2010 / 02 / 20
2 comentarios
JESUS RUIZ -
El artículo RELATIVISMO Y ADOCTRINAMIENTO es una crítica furtiva al envenenamiento lento de la sociedad por parte de ideas unipolares y esta vez toca laicismo por un tubo. La falta de respeto a ideas que concursan con el resto de enfoques en los que está implícita la coexistencia, denota un matíz autoritario e impositivo.
Lo de furtivo es debido a que si vas de cara te intentan vaciar no ya el cerebro sino los higadillos y el resto del paquete intestinal para no sentir ni padecer; síndrome del aborregamiento, dicho de calle.
Saludos
Pablo Cabellos -