LICENCIA PARA MATAR
LICENCIA PARA MATAR
El inicio de la vida de un individuo se puede definir, y así lo hace la doctora Moratalla, como un proceso constitutivo, con un comienzo neto; el posterior desarrollo, como un proceso consecutivo de construcción con crecimiento, maduración y envejecimiento; y la muerte natural, como el final también neto del proceso. Los seres vivos surgen por generación de sus progenitores y son capaces de transmitir organización a sus descendientes. Desde el momento de la fecundación del óvulo, queda inaugurada una vida que no es ni de la madre ni del padre, sino de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. Sólo el respeto de la vida puede fundamentar y garantizar los bienes más preciosos y necesarios de la sociedad, como la democracia y la paz. No puede hacer verdadera democracia si no se reconoce la dignidad de cada persona y se respetan sus derechos y no puede haber siquiera verdadera paz si no se defiende y promueve la vida.
Se han cumplido veintidós años de la aprobación de la ley despenalizadora del aborto en España en tres supuestos: violación, malformación del feto y peligro para la salud física o psíquica de la gestante... Como manifiestan los diputados Azpíroz y Pintado el aborto no es una solución digna para un Estado que se autodenomina del bienestar. Del 13 al 17 de agosto se reunió en Buenos Aires la Conferencia Internacional de la Salud (¿) para el Desarrollo (¿) para fijar el cumplimiento de los Objetivos del Milenio para el desarrollo en el marco de la declaración de Alma Ata (1978). La convocatoria ha sido un premio al gobierno que en menos tiempo impuso la cultura de la muerte en un país, Argentina; según Noticias Globales, “Kirchner puede ostentar ese título y su ministro de la salud ser distinguido como el “mejor ejecutor”. Entre todos los delitos que el hombre puede cometer contra la vida, el aborto presenta características que lo hacen particularmente grave e ignominioso; el Concilio Vaticano II lo define, junto con el infanticidio, como “crímenes nefandos”.
El aborto procurado, señalaba Juan Pablo II, es la eliminación deliberada y directa, como quiera que se realice, de un ser humano en la fase inicial de su existencia, que va de la concepción al nacimiento. La gravedad moral del aborto se manifiesta en toda su verdad si se reconoce que se trata de un homicidio y, en particular, si se consideran las circunstancias específicas que lo cualifican. Quien se elimina es un ser humano que comienza a vivir, es decir, lo más inocente en absoluto que se pueda imaginar: ¡jamás podrá ser considerado un agresor, y menos aún un agresor injusto! Se halla totalmente confiado a la protección y al cuidado de la mujer que lo lleva en su seno (del día primero al sexto de vida, en que pasa de 8 a 16 células a través de divisiones celulares asimétricas). Sin embargo, a veces, es precisamente ella, la madre, quien decide y pide su eliminación, e incluso la procura. Estamos ante lo que puede definirse como una “estructura de pecado” contra la vida humana aún no nacida. Supongamos que un médico intenta matar un feto, pero que por alguna razón no lo logra: el niño nace y “se desarrolla hasta convertirse en una persona”. ¿Puede esa persona acusar al médico de intento de homicidio? Los fetos abortados son también personas abortadas, o sea, son acusadores potenciales de quienes los han abortado, por más que se les haya impedido formular esa acusación.
La tolerancia legal del aborto o de la eutanasia no puede de ningún modo invocar el respeto de la conciencia de los demás, porque la sociedad tiene el derecho y el deber de protegerse de los abusos que se puedan dar en nombre de la conciencia y bajo el pretexto de la libertad. La encíclica Evangelium Vitae propone una triple tesis: Los todavía no nacidos (homo sapiens en estado embrional y fetal) poseen un derecho a la vida, o sea, ámbito de los derechos fundamentales. Dichos individuos no nacidos son personas humanas, idóneas para ser titulares de tales derechos. Y el Estado tiene el deber, no sólo de respetar los derechos fundamentales de libertad, sino también de hacerlos respetar en el caso de injerencias de otros; en el caso en cuestión del aborto, de la injerencia de la madre (quizás bajo presión de otros) y del médico. La biología y la medicina contribuyen con sus aplicaciones al bien integral de la vida humana, cuando desde el momento en que acuden a la persona enferma respetan su dignidad de criatura de Dios. Pero ningún biólogo o médico puede pretender razonablemente decidir el origen y el destino de los hombres, en nombre de su competencia científica. El hijo tiene derecho a ser concebido, llevado en la entrañas, traído al mundo y educado en el matrimonio: sólo a través de la referencia conocida y segura a sus padres pueden los hijos descubrir la propia identidad y alcanzar la madurez humana. Gloria cuando seas mayor ya darás gracias a tu madre, Victoria, no sólo por haberte traído al mundo, sino por lo mucho que te quería en su seno, y porque nos hizo a todos quererte.
Agustin Villanueva
Profesor de Economía Aplicada de la UMH
2011 / 07/ 24
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